domingo, 4 de febrero de 2018

EL CORRALÍN


El sábado más cercano al 29 de septiembre tiene lugar anualmente en El Corralín la fiesta en honor de su santo patrón, san Miguel. A pesar de que El Corralín sea uno de esos escasísimos —si no el único— pueblo habitado de Asturias en el que no hay electricidad ni agua corriente, alrededor de medio centenar de personas siguen recorriendo todos los años, a pie o a caballo, el estrecho y empinado sendero de aproximadamente kilómetro y medio que conduce desde el cementerio de El Bao hasta la aldea, para asistir a la fiesta del patrón en tan singular entorno. Estamos geográficamente situados en una «isla» de tierra degañesa, rodeada de Cangas e Ibias por todas partes, y en plena Reserva Natural de las Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias. Pero estamos, ante todo, no lo olvidemos, en un ámbito natural y salvaje, protegido por un manto de vegetación desbordante, donde la huella más duradera, históricamente hablando, fue impresa hace dos mil años por los conquistadores romanos —o más bien por su mano de obra esclava— en las explotaciones auríferas que dominan este lugar.

Cicatrices de la minería romana en El Corralín

La antigua capilla de San Miguel no se libró de las llamas de un voraz incendio que en los años ochenta arrasó completamente las ya deshabitadas moradas de El Corralín. Hacía entonces más de una década —1969 es la fecha oficial— que sus últimos habitantes habían abandonado el lugar que los vio nacer ante las tremendas dificultades diarias a las que su obligado aislamiento los enfrentaba.

Guardián centenario en el camino

Allá por el año 1995 una animosa asociación de Amigos del Corralín puso manos a la obra en una aventura épica, la de reconstruir la capilla de San Miguel y los accesos hasta aquellas ruinas cubiertas de monte y maleza que apenas se dibujaban ya en el abrupto paisaje. Se desbrozó la principal senda de acceso, se construyeron hasta tres pasarelas de troncos (la primera y de mayor envergadura, sobre el cauce del río Ibias), las otras dos sobre el arroyo que da acceso al pueblo y que separa los dos barrios en los que está dividido (El Corralín de Arriba y El Corralín de Abajo); para, a continuación, pasar a reconstruir el edificio más emblemático del lugar, la capilla.

Capilla de San Miguel, con su altar-vagoneta

A san Miguel, el arcángel que vencerá al demonio y pesará las almas el día del Juicio Final, no le quedará más remedio que inclinar la balanza a favor de todos aquellos que participaron en la tarea de dotar a su humilde morada del mejor y más original altar que se pudiera imaginar: una vagoneta de la mina cuyo peso rondará la tonelada y media. Lograr sujetar semejante monstruo a base de cuerdas y pericia en la bajada hasta el río y remolcarla a continuación hasta su ubicación definitiva, ha hecho a los que lo lograron acreedores del beneplácito del santo. Sobre la vagoneta se instaló a continuación una pesada tapa de madera dotada de una sencilla pero bella talla, obra de Victorino (Rincón Cunqueiro, Trabáu), quien también contribuyó con su saber hacer a la sustitución de dos columnas de un antiguo retablo de segunda mano adquirido por la asociación en un anticuario de Oviedo.

Así pues, gracias al faraónico esfuerzo de este grupo de vecinos, el santo patrón del lugar, flanqueado por san Antonio y la Virgen del Carmen, quedaron recogidos y custodiados en una hermosa capilla que, durante más de una década fue el único edificio en pie del lugar, eje de la fiesta anual, y final de etapa para los escasos vecinos del entorno que decidían hacer una incursión por estos olvidados y remotos pagos.

Cow-boys en la fiesta de San Miguel

Hace unos pocos años, finalizando el verano, una noticia sorprendente e inesperada corrió como la pólvora en las aldeas del contorno. En El Corralín se había instalado una mujer francesa, aquejada de serios problemas de salud, que pretendía quedarse a vivir allí. Todo era curiosidad, conmoción, e incredulidad. Dejando a un lado las especulaciones sobre el motivo de aquella inusual conducta (¿sería una prófuga de la justicia?; ¿estaría en su sano juicio?; ¿sería la líder de una secta?) todos se planteaban si sería capaz de sobrevivir un invierno en tan austero lugar, más propio de eremitas del Medievo que de una frágil y solitaria mujer. El caso es que, con la ayuda impagable de algunos vecinos de la tierra cunqueira, Francine, que así se llama esta sorprendente mujer, logró instalarse en una humilde cabaña, reconstruida para la ocasión de la manera más sencilla y rápida posible.

Francine, la dama de la sonrisa

Aquel primer otoño, la Dama del Corralín —como ella misma habría de bautizarse— recibió varias visitas. Uno de los primeros en acercarse a presentar sus respetos fue el señor Lobo. Cuenta Francine que, estando ella todavía instalada en una tienda de campaña, una tarde, a la caída del sol, se encontró a un precioso lobo a escasos metros de su vulnerable refugio de plástico. El lobo la contemplaba con descaro, acaso juzgando si aquel extraño personaje venía a disputarle su territorio o, si por el contrario, ambos podrían convivir pacíficamente en aquel privilegiado entorno. Lejos de asustarse, Francine le saludó con su inconfundible deje galo, dándole vuelta de un plumazo al cuento de Caperucita: «Señor Lobo, ¡qué ojos tan bonitos tiene!».


Zorros, gatos monteses, jabalíes, roedores, pequeños carnívoros e innumerables aves fueron mostrando paulatinamente sus credenciales a la nueva vecina de El Corralín. Al oso, sin embargo, se lo habría de encontrar por vez primera en el estrecho sendero que conduce a El Bao. No se imaginaba ninguno de los dos que a aquellas horas de la madrugada y en lugar tan inesperado habría de producirse un atasco en el camino. Ambos se miraron, más sorprendidos que asustados, y de nuevo, la voz de Francine rompió el silencio con su cantarín acento: «Señor Oso, ¿es que no me va usted a dejar pasar...?». Y el oso, caballeroso como corresponde a la fábula real en la que Francine vive, no tuvo más alternativa que salirse del sendero para franquear el paso a tan ilustre dama.

La Dama representada por Neto

Varios años han pasado desde esos primeros encuentros entre vecinos del bosque. Aquel primer asentamiento heroico ha dado paso a un cierto renacimiento en El Corralín. Hasta cinco cabañas más han sido restauradas y acondicionadas por los descendientes de antiguos moradores del lugar —alguno incluso nacido aquí—, que pasan vacaciones y fines de semana disfrutando de la magia de este paraíso perdido. La vida de Francine también sigue discurriendo de forma apacible y serena, como las aguas del río Ibias que desde hace miles de años ponen la banda sonora a un día a día que, aunque siempre parece igual, muda a cada instante.

Río Ibias, a su paso por El Corralin

viernes, 18 de noviembre de 2016

EL VALOR DE LAS COSAS ENTRE 1900 Y 1934

Buenos días:

Una relación curiosa elaborada por Manuel del Río del valor que tenían algunos productos en Ibias entre los años 1900 y 1934.

23-5-1900     1 Fanega de centeno      50 reales
                      1 par de zapatos            30 rs.
                      1 fanega de maíz            52 rs.
5-1906           1 fanega de patatas        26 rs.
11-1 1909      1 fanega de castañas      28 rs
1909               4 libras ½ de unto         10 rs.
1918               1 fanega de patatas         6 duros
1919               1 cuartal de habas         40 rs.
                       1 cuartal de castañas     12 rs.
1920               1 fanega de centeno        6 duros
                       1 fanega de patatas         6 duros
10-6-1922      1 fanega de centeno      22,50 ptas.

1922               1 criado                        15 duros año
1928               1 criada                        10 duros año
1932               1 criada                        10 duros año

1928               1 par de abarcas             3 pesetas
                       1 par de medias              2 pesetas
                       1 delantal                        1,75 ptas
                       1 par de alpargatas          1 peseta
                       1 madreñas                      2,50 ptas
                       1 libra chocolate              2 ptas
1928               2 becerros                     75 duros
                       1 jata                               8 duros
1930               1 escopeta                     35 pesetas
1934               1 criado                         50 duros año

Espero que os resulte de interés.

martes, 13 de septiembre de 2016

102 AÑOS Y 1000 CAFÉS



En el calor sofocante del mes de agosto la aguja del reloj de la solana se iba aproximando con toda la parsimonia del mundo a la hora señalada, mientras marcaba su paso marcial y acompasado con el aburrimiento indefinible del tiempo que no se acaba. Cuando finalmente daba su voz de aviso, mediante cuatro solemnes toques tantas veces ensayados, era el momento de levantarse, desperezarse y entrar en la cocina vieja a repetir la cotidiana escena de la molienda del café nuestro de cada día.

Envueltos en el frescor y la semipenumbra del centenario recinto, tras los pactos oportunos para ver quién se encargaba de accionar la manivela, el vetusto molinillo comenzaba a prensar aquellos granos, acristalados y oscurísimos, que crujían y gemían bajo la acción demoledora del engranaje. Había tres «siempres» inquebrantables: «siempre» café torrefacto, «siempre» café Candelas, «siempre» recién molido. A medida que progresaban los giros del molino, el cajoncillo de madera se iba llenando de aquel polvo tostado que desprendía un aroma inconfundible y atrayente, incluso para nosotros, los pequeños de la casa, autorizados a rompernos la crisma y descalabrarnos con la bici; a despellejarnos las rodillas y llevar las uñas de luto; y a los que nadie se hubiera atrevido a negar su participación en el sagrado rito vespertino del café, del que no se privaba ni a la perra.



Mientras el aire de la cocina se iba llenando de vida, de promesas y tentaciones, la vieja cafetera tomaba posiciones sobre el fogón para obrar el milagro de convertir el delicioso perfume en un aromático y ardiente elixir de dioses, que todos compartiríamos en obligada comunión. Para el abuelo, su café con leche, en vaso de duralex y poco azúcar; para la abuela, su pocillo de hierro esmaltado lleno hasta la mitad con un café «dulce como el amor, caliente como el infierno y negro como el pecado»; para nosotros, tazas de plástico, más o menos oscuro el café en función de nuestra edad y picardía a la hora del reparto. De vez en cuando, una cucharadita furtiva al café negro de la abuela, que sabía mejor que ninguno. En las raras ocasiones en las que había leche condensada la fiesta diaria se convertía en festival.  

Acompañados del respectivo bebedizo, salíamos a tomar el aire, protegidos por la sombra del castaño. Sobre las mantas viejas y los mullidos cojines de espuma, mientras observábamos el vuelo acrobático de una pareja de águilas, cortábamos el paso de las hormigas arrullados por el zumbido de las laboriosas abejas —las únicas que trabajaban a aquella hora—, aparecía por fin Celia del Tereso, subiendo ligera la cuesta, fiel al silbido de la cafetera o a su reloj biológico. Nunca faltaba a la cita, a la que acudía aportando un puñado de avellanas que sacaba del mandil a cuadros cual prestidigitador conejos de la chistera. Haciéndose de rogar lo justo, según los cánones del buen invitado, aceptaba al tercer ofrecimiento, un café con mucha leche y tres cucharadas de azúcar, quizás cuatro, que revolvía satisfecha mientras recuperaba en la memoria coplas y cantares, dimes y diretes, que entremezclaba con afirmaciones categóricas como «¡Toma, claro!» y risas en las que faltaban dientes y sobraban razones.  


Celia, con su trenza infinita del grosor de un pincel, esas manos desproporcionadamente grandes para su pequeña estatura, cuyos dedos se retuercen como sarmientos por el trabajo de décadas y los estragos de la artrosis; Celia, con su sonrisa pícara y sus oídos despiertos a noticias y desgracias; Celia, sentada en la manta con sus piernas de alambre estiradas y enfundadas en negras medias de lana; Celia, que nunca faltó a la cita del café, hace tiempo que ya no acude al ritual encuentro. Son ciento dos, ¡ciento dos años de vida! los que hoy cumple nuestra Celia, y aunque la desmemoria ha podido con la costumbre y los recuerdos, quién sabe si en algún atisbo de claridad, a eso de las cuatro de la tarde, no volverá, aunque sea por un instante, a saborear aquellos cafés en su ajada memoria. En la casa del Roxo, en cualquier caso, nos seguimos acordando de ella cada tarde cuando el silbido de la cafetera llama a revista... ¡Feliz cumpleaños, Celia, y gracias por tantos momentos inolvidables!


lunes, 27 de abril de 2015

RINCONES DE LA SIERRA (IBIAS)

La Sierra (A Serra) es un pueblo valiente. Encaramado sobre una loma que domina el valle del río Ibias, soporta estoicamente vientos y tempestades a cambio de vistas inmejorables. Es también uno de los pocos afortunados que cuenta con tallas de Domingo Álvarez, en el hórreo de casa Farruco.























domingo, 19 de abril de 2015

RINCONES DE PENEDELA (IBIAS)


Enriscada entre las peñas que le dan nombre, PENEDELA está situada a media ladera del sinuoso valle trazado por el arroyo de Liares, que un poco más adelante se unirá al Bustelín para dar nombre a un desfiladero cuya belleza no tiene parangón en Ibias.

Llegar hasta Penedela en coche no tiene mucho misterio, pero hacerlo caminando desde Rioporcos nos permitirá descubrir lugares de leyenda y paisajes únicos en una ruta que asombra y deslumbra a propios y extraños.